28 de enero de 2012

Parte 1.

Diciembre de 2009 fue un mes terrible.
Tiempo en familia.
Una familia que nunca jamás tendrá todo lleno de días de colores brillantes y sonrisas agradables. Una familia que, aunque recompuesta, en realidad estaba rota.

Eso no era lo único que me preocupaba. Porque en cierto modo, sabía que no tenía solución.
Era algo que venía de muy lejos. Algo que habíamos intentado arreglar millones de veces, pero que desafortunadamente, ni ellos, ni yo, podíamos cambiar.

Me ceñía a las pautas de convivencia: "Buenos días", "Gracias", "Por favor".
Que pareciera que no nos queríamos no quería decir que tuviera que faltar el respeto.
Aunque sí, la mayoría de las veces, los gritos y las impertinencias era lo único que las paredes de nuestra casa guardaban en su interior. Si pudieran hablar, no te contarían nada bueno.

Pese a todo, jamás dejé de lado la sonrisa.
Una sonrisa que en muchas ocasiones parecía perderse en el infinito.

Despertarse y pensar que nadie sufriría si no hubieras despertado. A eso me refiero.
Sentir que nadie te echaría de menos sin un día decidieras desaparecer.
Pero no podía creer las posibilidades que mi cabeza barajaba. Así que mi cerebro creó un mundo donde era imposible entrar para el resto de la gente.
Vivía en un mundo paralelo.
Un mundo que nadie comprendía, pero en el que pasaba horas y horas.

Un lugar creado por mi cabeza para escapar de los momentos en los que me sentía sola.
Y para aquellas fechas, el sentirme sola se había convertido en una dura rutina que abarcaba todos los ámbitos de mi vida.


*CONTINUARÁ...




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